Vida del fantasma

Carlos Hortelano
5 min readSep 6, 2020

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El fantasma aparece a veces. Antaño solía hacerlo en una época concreta y acatando un pacto de cortesía -un ir apareciendo sosegado- que a ti te servía para estar en vigilia unos días antes, preparándote para su ominosa compañía.

Por eso de su respeto por los tiempos, el fantasma me sorprendió inerme hace unos días. No es este tu tiempo, fantasma, no te toca. En su descargo, el fantasma adujo que no esperaría yo, en este año de domingos seculares, meses desnaturalizados y eventos postergados sine die y arrojados a un limbo suizo, que él fuera a asumir disciplina cronológica alguna. Iluso, en cualquier caso, si lo esperaba.

El problema que plantea la visita del fantasma es que, o bien lo expulsas en el mismo zaguán (ni un paso más) con cajas destempladas - acción heroica que precisa de las despiertas habilidades del vigilante - o te ves obligado a acogerlo en tu casa unos días. En este sentido el fantasma es trasunto de ese familiar lejano que estás obligado a ver en fechas muy señaladas y por el que en el mejor de los casos sientes indiferencia. Y al final el lazo de sangre gana a la lógica del bienestar personal.

Los cazafantasmas experimentados aconsejan que, una vez el ente espectral entre en casa, se le encierre en una habitación con llave. El problema es que yo acabo de alquilarme un loft en pleno centro, 50 metros cuadrados, en pleno centro, coqueto, funcional, no firmamos contratos de más de seis meses a la espera de tiempos más venturosos. 1200 euros, comunidad incluida suministros aparte. Lástima de habérmelo pillado ahora porque seguro que en unos meses el casero me habría bajado la renta, tienen que bajar los precios, lo dicen el sentido común y el spam de Idealista.

Cuando entra en casa el fantasma, decía, campa a sus anchas. Conoce tus flaquezas y sabe qué debe hacer para trocar los papeles y convertirse él en un anfitrión déspota y tú no ya en huésped, sino en servicial mucama. El fantasma te obliga a lo que no transigirías de ser dueño y señor de tus dominios.

El fantasma es, ante todo, verborreico. Va saltando de un tema a otro sin orden ni concierto, sembrando dudas acerca de lo que en tu ya añorada soledad te parecía evidente, diáfano. Mientras observas el mundo a través de la ventana aparece por detrás para susurrar un recital logorreico de jaculatorias inconexas y abstrusas. Y tú, que tienes la capacidad de hacer varias cosas a la vez pero necesitas concentración para ello -una concentración distribuida- al final sucumbes al susurro estentóreo, dejas de atender a esa realidad que conoces, firmas otro pacto con el fantasma, tú esta vez ya en posesión de notoria inferioridad, y comienza un proceso de pregunta estéril, y es cuestión infructuosa porque no conduce a la búsqueda de una verdad. No hay mayéutica, sino una balumba de dudas que generan incertidumbre que genera más dudas que empiezan y terminan en sí mismas, que el arte por el arte estaba bien pero no era esto, escucha, no era esto. Y tú, además, nunca has soportado la incertidumbre. Prefieres una mala noticia hoy que esperar dos días la posibilidad de una buena. Mírame eso, Kahneman.

Cuando el fantasma se enseñorea desearías que tu mente fuera como esa escena de western de la bola de paja rebotando sobre el suelo rusiente (esta bola, por cierto, se llama estepicursor, y es una de mis palabras favoritas del diccionario). Pero si el fantasma permitiera eso estaría incumpliendo con su naturaleza perturbadora y lancinante. Además, y pese a que la experiencia te dice lo contrario, vuelves a esperar que esta vez el fantasma te ayude y te deje ver con claridad lo que permanece para ti bruno. Pero pronto, a la segunda o tercera comprobación, constatas que esta vez es como las demás. Y constatas. Y compruebas y constatas. Y compruebas que no compruebas hasta acusar un agotamiento que resulta absurdo al observador externo que no ha visto en ti más que a un tentetieso de movimientos erráticos, en ningún caso justificantes de ese cansancio. En cualquier caso tú, todo tú eres ennui. Ennui que al final opta por meterse en la cama.

Vas a pasar mucho rato en la cama. Va a ser tu lugar seguro. Cuando eras pequeño convertías la cama en un lugar seguro cubriéndote todo tú con la sábana y con una luminaria al lado por si las moscas. Pero has crecido y sabes que la duda es intangible y penetra por los microscópicos orificios de la tela de tu sábana, y que la linterna que tienes ahora es la del móvil y la has jodido de tanto tirar el aparatito al suelo, que a ver cuándo llevas a cambiar la pantalla, que da vergüenza presentarse con eso en la oficina. ¿Sigue habiendo oficinas? Vas, decía, a hacer de la cama una parte de ti, un apéndice, y vas a detestar -¿vas a odiar? - a cualquiera que ose separarte de ella. Y te va a dar igual en qué estado se encuentre el lecho, arrugado o no, pegajoso o no, deshilachada la almohada o no.

Pero un día te vas a despertar en esa cama con la que ya eres uno y vas a escuchar el sonido del silencio. Y, precavido porque la experiencia te ha enseñado a no festejar antes de tiempo, vas a levantarte e inspeccionar el loft -nota mental: mudarse a un piso con paredes, orden, clasificación, taxonomía, estancia máxima de seis meses a la espera de tiempos más venturosos- y comprobar que el fantasma se ha ido, y que vuelves a ser el celador de tu hogar. Quizá se ha aburrido de ti, y paradójicamente, tu mayor miedo se ha convertido en tabla salvífica.

En el momento de la soledad perseguida y recobrada toca asearse uno y asear el resto, y arreglar todo aquello que has dejado desatendido durante los días del estorboso fantasma. No estás exultante, porque te preocupan las consecuencias de los días que has sufrido y alimentado su compañía. Es posible que aquello que se ha roto puedas recuperarlo pegando casi todos los añicos, pero debes contemplar la posibilidad de que alguno quede por el camino. Así hasta la próxima visita -es ineludible, acéptalo-, en la que esperas que esta vez, sí, demuestres que tus dominios son inexpugnables. Y si no lo son, que tengan puertas. E.M. Forster tenía vistas, pero yo lo que necesito es una cerradura.

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