Una cuestión personal

Carlos Hortelano
3 min readJul 27, 2021

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Pasé la mañana del domingo embutido entre cojines, hechos el sofá y yo un mismo ser a causa de la modorra que me provocó la vacuna. Encendí la tele y, a falta de mejor oferta, me puse a ver la gimnasia artística. Hacía en ese momento su ejercicio de barra una chica de quince años que, según contaba una egregia comentarista, no habría podido concurrir a los Juegos de haberse celebrado en 2020, pues el reglamento olímpico especifica que es necesario cumplir al menos los dieciséis durante el año olímpico para participar. Entre tanto testimonio de personas a las que el Covid ha ralentizado la vida, creo que es el primer caso que conozco en el que el virus ha adelantado hitos.

Las imágenes de la gimnasta cabriolando sobre la barra alumbraron en mi cabeza una suerte de revelación y de repente era yo el que estaba ahí, en frágil equilibrio sobre tan exigua superficie, cuidándome mucho de no dar un paso en falso ni ejecutar movimiento innecesario que me hiciese caer a la colchoneta. Y lo cierto es que llevo mucho tiempo sin darme de bruces con el suelo, manteniéndome, ya digo, en un estado de calma que irónicamente me causa cierto desasosiego porque no sé cuánto tiempo durará. Y al mismo tiempo que esta incógnita me asusta — siempre lo desconocido, siempre mi peor enemigo, el que me hace pequeño y ante el que me planto inerme pidiendo indulgencia— me digo que aspirar a un control absoluto es una entelequia, que cuán iluso y soberbio es pretenderse responsable de todo.

Tengo una libreta caótica en la que cada día, con disciplina impuesta, voy apuntando cualquier cosa que veo, leo o pienso. No puede considerarse un diario, no hay una ligazón, no es más que un collage, un popurrí de elementos discordantes que sólo comparten el hecho de haber captado mi atención. Hay una escueta anotación del 2 de junio:

Com’è difficile restare calmi e indifferenti
Mentre tutti intorno fanno rumore

Es un fragmento de Bandiera bianca de Franco Battiato. Literalmente, «qué difícil es mantener la calma e indiferencia / mientras todo el mundo hace ruido». No soy incapaz de recordar por qué me dio por anotar eso, la razón por la que en ese momento me espolearon esas líneas y no otras, mas sé que hubo una identificación entre los versos de un italiano y una cuestión personal. Me cuesta dejar que las cosas reposen, dar tiempo al tiempo, y si todo se sacude yo tengo que hacer lo propio para no quedarme descolgado. Sólo en los momentos de calma uno se percata de que quedarse quieto puede ser la única forma de avanzar cuando lo que te rodea se agita errabundo y caprichoso.

Hoy estoy tranquilo (¡estoy quieto!) y por eso quiero dirigirme a las personas que me ayudan a estar así. Quizá ellos no sepan en qué medida me han echado una mano, pero sí que les estoy hablando a ellos. Escuchándonos y leyéndonos veo que no hay nada tan importante y vergonzoso como para callarlo, que las aflicciones de uno son al final las aflicciones de muchos y que, en definitiva, uno no es tan raro como imaginaba. Gracias.

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