Un fin de semana

Carlos Hortelano
3 min readJan 31, 2021

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viernes, 15 horas

Hace un año entraba a los viernes con el ímpetu de un toro saliendo de chiqueros y ahora lo hago como la vaquilla del Grand Prix, desnortado y confundido. Sé que lo quiero, pero no muy bien para qué.

viernes, 18 horas

Tras la siesta me siento espoleado por un nuevo optimismo. Recupero la certeza teleológica.

Los viernes pandémicos se han convertido en el pretexto para pedir comida a domicilio. Encargo hamburguesa y cola zero para mantener la línea, y un crimen sin resolver en Equipo de investigación. Si me ponen el de la guerra del pan tampoco voy a decir que no.

sábado, 9:30 horas

Perturba la vida previsible una noticia inesperada.

sábado, 10 horas

El desayuno se ha convertido en uno de los momentos favoritos del día, tanto que trato de postergarlo: bien es sabido que se disfruta más la víspera que el desenlace. Zumo natural, café manchado, tostadas y el libro que me ocupa. He descubierto a Gesualdo Bufalino y me asombro con su prosa barroca sin alharacas, intensa sin paroxista, luminosa sin cegadora. Me encandila su vocabulario desbordante. Necesito un cuaderno para apuntar tanta palabra ignota. Bufalino publicó su primer libro en 1981, a los sesentaiún años, gracias al empeño de Leonardo Sciascia. Este dato me imbuye de esperanza. Unos niños dan patadas a una pelota.

El sábado por la mañana es agua fresca en medio del desierto, y fortuitamente asgo unas briznas de la vida normal. Briznas correosas: entro en una librería y, agobiado, salgo al minuto. Demasiada gente en la librería.

sábado, 14 horas

Más reminiscencias de la vida normal: las reposiciones de La ruleta que emite Antena 3 los fines de semana. Los concursantes se magrean y el público entona tonadas discordantes, asonantes y acojonantes, expulsando aerosoles como si mañana fueran a prohibirlo. Recuerdo la palabra alipori y me desgañito frente al televisor, incrédulo ante la inopia de los participantes. Qué falta te hace comprar una vocal, hijo mío, si está claro.

Después de comer, cuando la modorra empieza a acunarme, alguien llama al teléfono fijo, y esto se me antoja de repente una afrenta, una gravísima falta de educación. Temo que la llamada se haya producido en un punto de no retorno, momento crucial que determina si entras o no en los dominios de Morfeo. Hora y media después despierto, cojo el móvil y encuentro un test para conocer mi nivel de privilegio, que es la típica duda que te asalta después de la siesta. Cuáles son tus estudios, dónde vives, qué te gusta. ¿Alguna enfermedad? Mi acervo de privilegios es de progresa adecuadamente, que sin ser un sobresaliente me coloca con ventaja respecto a la mayoría de humanos, como bien se encarga de recordarme el test con tonito aleccionador: ojito con quejarte y revísate los privis.

Se me ocurre la idea de picarme un test para saber qué hermano Panero eres.

sábado, 22 horas

Sábado Deluxe. Por qué molestará que un hospitalizado pueda ver esto sin meter la monedita en la tele.

domingo, mañana

He tenido un sueño húmedo que despierta mis más bajos instintos y me recuerda tiempos mejores: estoy en el Leroy Merlin comprando unas jardineras y unas semillas. No sé si venden semillas en Leroy Merlin. Ya está, ese es el sueño.

El desayuno es el mismo, pero el espíritu no lo es. Cada vez degusto antes el sabor acre del domingo.

domingo, tarde

Soy consciente de estar viviendo los minutos de la basura. Me doy un paseo antes de que la luz se agoste. Móvil, auriculares, cartera, llaves, mascarilla, estuche de la mascarilla. Para qué quieres la cartera si no hay donde gastar. Dejo la cartera en casa.

Sentados en un banco un niño y su madre. El primero escribe en un cuaderno. Me acerco un poco, lo suficiente para no violentarlos y respetando las distancias establecidas en el boletín oficial. Están echando una partida al ahorcado. No me encaja: veo al niño demasiado pequeño como para jugar con letras. Sigo con mi paseo. Cuarenta minutos después, ya de vuelta a casa, persisten el niño y su madre, pero ahora están jugando a los ceritos. Niño, dentro de veinte años serás el que destrone a Pablo en Pasapalabra.

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