Hoy es nueve de octubre
There’s a whole lot of people suffering tonight from the disease of conceit
Bob Dylan, Disease of Conceit, 1989
Desde la semana pasada, Ángel Martín sube diariamente a Twitter un brevísimo informativo matinal que, a pesar de su carácter humorístico resulta más instructivo y provechoso que el noticiario medio. Ha convertido en running gag una verdad desagradable para el gremio periodístico, una certeza que supone el horror vacui de la profesión: hoy no ha pasado nada. Las pantallas partidas, los directos frenéticos y las comparecencias impuntuales, las declaraciones y réplicas, medidas y contramedidas, cautelares y cautelarísimas, las cumbres bilaterales en beneficio de los fabricantes de banderas y los eventos promocionales amen(i/a)zados por un pianista — parecía eso «Murcia, qué hermosa eres» — dan la sensación de un país hiperactivo, pero lo cierto es que son fuerzas de misma intensidad y sentido opuesto que resultan en una paralización que, si ya se venía sugiriendo hace como un recurso estilístico del columnista, desde marzo es crudamente literal. Nos movemos en círculos, sin un propósito claro más que diluir nuestras energías, asimilándonos al hámster girando en la rueda a la espera de un trocito de zanahoria. Hoy es nueve de octubre, pero lo mismo podría ser cinco de noviembre o veintisiete de septiembre y lo mismo daría.
Las únicas cosas que actualmente muestran cierto nervio, cierta vivacidad, son el hastío particular y la anomia general. Con lo segundo poco se puede hacer salvo encomendarse a alguna advocación, y lo primero es la constatación de un fracaso personal: cuando la enfermedad se convirtió en socaire del más burdo politiqueo, revestido eso sí de evidencias científicas, procuré adoptar una actitud distante y desapasionada, frívola si quieren. El problema, claro, es que yo no soy el mismo de marzo y el vaso se desborda hoy con más facilidad que antaño. Y me hallo ahora ansioso, desengañado e inerme ante la ponzoña que ha impregnado cada aspecto de la vida cotidiana. El ambiente resulta irrespirable a fuer de ocupado por un aire mefítico, y la apatía me roba el disfrute de las cosas cotidianas: las conversaciones con amigos y familia son monotemáticas, forzadas e infructuosas; Filmin y los libros están ahí, pero mi capacidad de concentración se encuentra también mermada. Por disfrutar, ya ni con el Sálvame me distraigo. Me preocupa, además, participar del lodazal en el que se ha convertido el debate público. Me preocupan las soflamas, las analogías capciosas, el énfasis y la hipérbole sempiternas que nos invaden, y me preocupa que con este texto yo esté incurriendo en la hipérbole. Me preocupa ser un turiferario, un barra brava. Me preocupa mi salud, no tanto la física como la mental, y tengo miedo a dejar de pisar terreno firme en algún momento. Me preocupa, en definitiva, que mi ánimo sea hoy una fiel representación de lo que está pasando ahí fuera. Me preocupan las secuelas ocultas de la pandemia. Quisiera ser más fuerte — ¡más resiliente! — , evadirme, retirarme a mi torre de marfil, pero no me lo están poniendo nada fácil.
En 1989 Bob Dylan publicó una de sus grandes joyas escondidas, el álbum Oh mercy. Este álbum incluye una canción, Disease of conceit, que habla de una enfermedad de la fatuidad […] contra la que mucha gente está peleando […] que desgarra tus sentidos a través del cuerpo y de la mente. Desde marzo he escuchado innumerables veces este tema, tantas que podría considerarlo mi Resistiré particular, menos jacarandoso y más contrito. Ya el título del álbum implorando compasión, pasando por el de la canción y su temática, forman un retrato fidedigno de lo que siento. Me inquieta contagiarme de la fatuidad. Me inquieta estar ya padeciéndola sin ser yo consciente de ello.
Mañana es diez de octubre, y se celebra el día de la salud mental, pero lo mismo podría ser seis de noviembre o veintiocho de septiembre y lo mismo daría.