Apagón informativo

Carlos Hortelano
2 min readOct 26, 2020

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«Escribir en Madrid es llorar», sentenció Larra el día de Navidad de 1836 en El Español. A los dos meses se disparó la sien en su casa de la calle Santa Clara, a tiro de piedra de la plaza de Isabel II, y hasta ahí llegó Larra. Asomarse a la actualidad escanciada de la España hogaña también induce hoy al llanto, y el más tremendista podrá decir que le apetece emular al pobrecito hablador.

Durante los meses del (primer) confinamiento practiqué una suerte de apagón informativo guadianesco, indisciplinado: cuando me ponía estricto, media hora de radio por la mañana me bastaba para darme por enterado el resto del día. Otros días despertaba más laxo y me recreaba en las últimas horas y los urgentes (otro día podremos hablar de la degeneración de estas categorías que ya no significan nada). Obsérvese que en ningún momento el aislamiento fue absoluto, así de dependientes somos de la metadona de la noticia. Fue hace unas semanas cuando vi claro lo necesario de volver a este destierro de la actualidad. Me percaté de que la notificación que todos estamos recibiendo a eso de las seis de la tarde, diez mil contagios y ciento cincuenta fallecidos, no me decía nada, y bastaba con deslizar el dedo sobre la pantalla del móvil para ponerse a otra cosa. Me resultó triste constatar que eso de un muerto una tragedia y un millón una estadística no es un adagio sino algo que termina inoculando cuando de muertes lejanas se trata, y que la tragedia monótona me ha generado una excrecencia en forma de costra, una adiaforía, un entumecimiento moral. Fue incómodo corroborar que todo el bombardeo de titulares recibidos de continuo actúa como los neones rutilantes en Las Vegas que terminan cegando.

Estuve un rato cavilando sobre este momento. Pensé que cuando todo es en apariencia impactante nada lo es, y que aquello que merecería una primera plana a cinco columnas no toma más relevancia que la otorgada por una esquina en página par. Como si de una prescripción facultativa se tratase, me he decretado un nuevo estado de ignorancia que insta a perimetrar mi conocimiento para vedar el paso al tráfago cotidiano y obliga a mi móvil a callarse las últimas horas. Si un día a eso de las ocho de la tarde empiezo a oír aplausos sabré que la cosa es grave.

n.b.: Andrés Trapiello ha escrito un libro sobre Madrid. Un simple hojeo basta para advertir una edición bellísima y un contenido prometedor. Y dado que no aparece por ningún lado que leer sobre Madrid sea llorar, me dispongo a ello: mejor que leer hoy el periódico es.

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